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Rosa Morada es un refugio entre la selva y el mar que propone una forma de vida pausada, íntimamente ligada al paisaje. Ubicado sobre uno de los acantilados más serenos de la costa del Pacífico mexicano, este desarrollo residencial —diseñado por Manuel Cervantes— se integra con naturalidad al entorno, celebrando lo esencial: la vista abierta al horizonte, la brisa que atraviesa los espacios, el sonido constante del océano.
Las residencias están pensadas para abrirse al exterior sin perder la sensación de resguardo. Cada una cuenta con alberca privada, ventilación cruzada y terrazas que enmarcan el mar desde distintos ángulos. Más que arquitectura, Rosa Morada ofrece una experiencia de habitar que privilegia la calma, la amplitud y la conexión con la tierra.
Con senderos naturales, espacios para el descanso y plataformas de bienestar entre los árboles, este proyecto redefine el lujo como una forma de sencillez profunda.
Manuel Cervantes Estudio es una oficina de arquitectura con sede en Ciudad de México, cuyo trabajo parte siempre de una escucha atenta al sitio. Cada proyecto surge del diálogo con el terreno, el clima y la luz, y se desarrolla con una voluntad clara: hacer arquitectura que pertenezca al lugar, sin imponerse sobre él.
Su práctica es amplia —abarca vivienda, infraestructura, proyectos turísticos y culturales— pero mantiene una coherencia profunda: construir con sobriedad, con honestidad técnica y con respeto por quien habita. Sus edificios se integran al paisaje con naturalidad, apoyándose en materiales locales y soluciones constructivas claras que dan sentido tanto estético como funcional.
Más que perseguir una forma, el estudio busca construir atmósferas se quedan en la memoria por su silencio, su proporción y su manera de envejecer. En el trabajo de Manuel Cervantes, lo contemporáneo no excluye lo vernáculo; al contrario, lo incorpora con inteligencia y sensibilidad para diseñar una arquitectura que permanece.
San Francisco, Nayarit —San Pancho para quienes lo conocen bien— es un lugar donde la selva toca el mar sin prisa. Las mañanas huelen a pan y café recién hecho; las tardes suenan a tambores en la plaza, y las noches se iluminan con faroles y puestos de comida.
Lo que nos atrae de San Pancho es su equilibrio entre naturaleza y comunidad. Artesanos, surfistas y vecinos conviven con calma; las buganvilias trepan por las casas como parte del paisaje.
Entre huellas en la arena y puestas de sol encendidas, encontramos una forma de vida sencilla y compartida. San Pancho no se anuncia: se siente, se comparte, se cultiva en comunidad. Y en ese gesto íntimo radica su magia profunda.